Era tan poco el oxígeno que le llegaba, que comenzó a respirar tan fuerte como podía. Sintió las piernas y los brazos encalambrados. Cerró los ojos, intentó inhalar, y se dio cuenta de que era muy poco el aire que le entraba. Buscó su inhalador con premura, esa era la bocanada de aire que le permitía de nuevo respirar. —¡Maldita asma, ahí estás de nuevo!— El médico le decía que la afección existía, pero que no llegaba a tal extremo de que ella se sintiera tan enferma. Lo único que quedaba y que le ayudaría mucho, era visitar un Psicólogo para averiguar cuál era la causa que le estaba generando, ese ahogo permanente y de esta manera entender la situación. No había quedado muy contenta con esa respuesta y aunque la idea le parecía absurda, decidió hacerlo. ¿Qué más daba hacer otra cosa? Ella, en su vida, ¡lo había probado todo! A lo mejor, esta vez si iba a poder dejar su inhalador del que había sido esclava toda la vida. Visitó al Psicólogo, y después de muchas terapias descubrió, que su nacimiento por fórceps, era el causante no solo de esa situación, sino, también, de su claustrofobia. Muy posiblemente lo que le detonaba el ataque de asma era cuando sentía que algo la agobiaba o la angustiaba. Esa misma situación le generaba la claustrofobia que sentía cuando estaba en lugares cerrados. Regresó a su mente esa sensación de cuando estaba atorada en el canal de parto y sentía como se desaceleraban los latidos de su corazón. En ese momento podía escuchar su propio pulso latiendo en sus oídos. El estrés almacenado en su cuerpo no desapareció, ni se evaporó. Había vivido un gran trauma al llegar al mundo, y este shock dejó una huella en ella. Sin embargo, había sido una niña muy deseada y un milagro hizo posible que llegara a este mundo. Por eso ella, ¡a todo se sobreponía! Había nacido con mucha dificultad, pero equipada con la estrella de la buena fortuna. ¡Que más que la vida!. ¿Había algo más preciado que eso? Ella ¡Era un milagro! Se sentía exhausta, era como si hubiera vivido un poco de años en apenas unas horas. Solo alguien que sobrevive a un ataque de asma sabe la impotencia que se siente y el agotamiento que queda al pasar la crisis. Respiró hondo, levantó la vista al cielo y dio gracias. ¡Había que ser agradecido! Ella, era inmensamente feliz. ¡Se sentía plena!, tenía en sus manos la química mágica de la felicidad. Dios se la había obsequiado y con ella, a la madre Laura que caminaba siempre de su mano.