EL MUTANTE
Era una tarde de sol, los rayos iluminaban aquel recinto donde Isis dio a luz a su pequeño Adom. Un unicornio blanco, de pelaje brillante y fino y unos ojazos azules con los que iluminaba el mundo. Isis llevaba varios días tratando de dar a luz, se encontraba sola, en un país de Sudáfrica por el distrito de Maseru, cerca de Semonkong, una pequeña ciudad en el centro de Lesotho. Allí, se revolcaba entre la inmensidad de esa tierra verde, en su mayoría rocosa, donde el sol no alcanza a llegar a la parte inferior. Intentaba mostrar al mundo su primogénito. Decían que Isis era inmortal, sin embargo, cuando se oyó el estridente rugido con el que por fin parió, se escuchó un eco que se fue perdiendo entre la densa niebla y exhaló su último suspiro, pero le dejó al mundo su pequeño bebé unicornio. Con el nacimiento de Adom, la tierra se volvió más fértil, y los días adquirieron cierto tono dorado, el sol se hacía más brillante, incluso penetraba hasta las profundidades donde antes no llegaba.
Adom, poco a poco se fue convirtiendo en un ser independiente y solitario, bastante hábil, reservado y analítico. Él, sabía que no era un unicornio cualquiera, sino que estaba dotado de talentos excepcionales. Todo el mundo le atribuía poderes mágicos, pues podía curar las heridas de cualquier persona o animal con el simple roce de su cuerno. Sin embargo, no estaba dispuesto a mostrarse tal como era, escondía con sigilo esa parte que, para él, debía defender con uñas y dientes, ya que sentía que era la herencia que su madre le había dejado al morir. Lo imaginario es tan real como la vida misma, y aunque Adom, no entendía esa extraña condición con la que había llegado al mundo, se permitía ser así, hasta que llegase el momento en que debía mostrarse como lo que realmente era, por ahora él no se preocupaba no existían afanes. Adom corría, cabalgaba mostrando su blanco pelaje por todas esas tierras, se sentía libre, le gustaba ir a beber especialmente a la cascada Maletsunyane de 192 metros de altura ubicada en el pequeño país africano de Lesoto donde había nacido, ese era su lugar preferido.
No conoció a su madre, pero la podía ver cuando visitaba su tierra, se asomaba desde lo alto donde comenzaba a nacer el agua, desde allí, podía ver a Isis, quien desde el más allá, cuidaba de Adom, se comunicaba a través de su cuerno con él, y le decía que estaba predestinado para grandes cosas. Un día, cuando estaba en la cascada, con su cabeza erguida bebiendo de esas aguas cristalinas, emergió de allí una Elfa. De su cabeza se desprendía un hermoso rayo plateado, el cual expedía una luz enceguecedora, además de su particular rayo, su cuerpo tenía dos alas luminosas, no era un espíritu, ni un ángel. No era humana. Adom quedó pasmado ante su belleza, pero a él no le gustaba que lo vieran, era reservado y temeroso, por eso salió al galope con todas sus fuerzas, sin embargo ella lo siguió, sabía que estaba destinada para él, y que era el único que podría conducirla hasta la luz, por eso lo seguía. Antary no quería perderlo de vista. Por más que Adom galopaba, sentía cerca la presencia de ella, la sentía pegada a él, era imposible no percibir su rayo de luz y las alas que parecía que lo envolvían. Paró en seco y se encontró que a través de esos rayos de sol que se colaban entre los árboles, Antary lo miraba fijamente. —¿Quién eres? —le preguntó Adom. —Soy Antary. Me gusta acercarme a ti. Hace mucho que te observo, solo que tú no te percatas de ello. Solo hasta hoy, notaste mi presencia. —¿Qué quieres? —Soy un espíritu superior. Como puedes ver mi apariencia es casi humana, pero no lo soy. Conozco los poderes de tu cuerno y todas las capacidades con las que has llegado a este mundo, por eso te sigo. Tienes una misión que debes cumplir y yo tengo que hacer que se cumpla. El bien y el mal están en lucha permanente, y tú Adom, debes ir al mundo de los humanos, generar una nueva forma de vida y demostrarles que “Sólo una cosa hace un sueño imposible: y es el miedo al fracaso”. Adom, se quedó pensativo, no podía creer lo que oía, no podía ser cierta tal aseveración. Su mundo era ese en el que había nacido y crecido, y allí, era donde estaba su destino.
—¿No te has preguntado por qué tu cuerno se ilumina de manera especial?, ¿por qué a veces sientes que tienes que romper los antiguos esquemas? —La verdad, no. Así he crecido. Para mí es algo natural —le respondió Adom. —La maldad es imposible hacerla desaparecer por mucho que queramos, pero tú, debes intentarlo. Isis tu madre te lo pide, debes transformar la humanidad, transmutar la infelicidad de la tierra, estás dotado con una intuición que nadie posee, tienes el don de la telepatía, cualidades para predecir el futuro, además, con tu cuerno tienes el don de la sanación. Si tú accedes, la vibración de la tierra aumentará y esto llevará a que haya un nuevo estado de conciencia. Nada te hará entender, nada te hará comprender, solo tu fe, y la decisión de hacer lo que te pido, te llevará a poseer la fuerza vital que necesitas para pertenecer a ese nuevo mundo. Al principio, serás como un animalito al que sacan de su entorno natural, pero pronto, tendrás la capacidad de discernirlo todo y comenzar tu misión. Los humanos deben apren- 18 der a curar el alma antes que el cuerpo, la vida se hace fácil cuando se cree en la magia, por eso, para ti, será sencillo. Solo tienes que creer. —¿Tú estarás conmigo? —preguntó Adom. —Si voy contigo dejaré de ser quien soy. Perderé todos mis poderes y dejaré de existir —respondió Antary. —Pero, solo no puedo. No quiero ir a ese mundo mágico del que me hablas, si tú no vas a estar conmigo. Serás la fuerza que necesito y la que me dará el valor para hacer lo que me pides. Todo se iluminó, apareció la imagen de Isis en el cielo, un rayo enceguecedor cayó, y, pudo ver como Antary se desvanecía, convirtiéndose de repente en Isis su madre. Adom quedó estupefacto. —¡Madre eres tú! —Sí, yo soy. Desde el momento en que naciste yo sabía que esto ocurriría, por eso, al parir, te entregué mi vida, para dejarte ser y transferirte el poder que tienes y que hoy, debes usar, si queremos que el mundo de los humanos siga. El odio y el desamor se apoderó de la tie- 19 rra, la gente no vive en armonía, y poco a poco se auto destruyen unos a otros, así que Adom, hijo, es tu hora. Un resplandor iluminó todo el lugar, Adom sintió que se moría, de su cuerpo salieron dos alas con las que se elevó hasta el infinito, de pronto se desintegró en mil partículas todo quedó negro. Era definitivamente el final. Eran las 6 de la tarde, en el hogar de Octavio y Lucia nacía un niño con unos enormes ojos azules. Ellos no podían tener hijos y desde hacía muchos años estaban esperando ansiosos que un milagro sucediera. Ese día había llegado, Dios les mandaba ese ser que con tanto amor habían estado esperando. Lo llamaron Adom. Sus padres se sentían felices. Lucia exclamó: ¡Adom, has llegado producto de un milagro a nuestras vidas! ¡Eres la luz que iluminará al mundo!
Comentarios
Aún no hay comentarios